¨No siempre una expresión serena y altamente armónica indica ausencia de drama en el artista. Por no decir que el artista, por su misma condición, ya posee drama en sí. Ese deseo de un orden superior, de algo suprahumano, cósmico, épico, es necesario para que el artista se complete. Y mientras esto no madura o alcanza un cenit, hay drama. Drama con D mayúscula. Pienso en el clásico Haydn, músico armónico por excelencia, ejemplo de pureza y clasicismo. Hay en la música de Haydn una inquietud latente, como si su autor caminara por la cuerda floja. Maravilloso equilibrio, inquietante equilibrio; el drama individual queda en último plano y no obstante existe, tanto como en un romántico. Pero aquí predomina ese deseo de un orden superior, que supere o eleve ese drama, de orden existencial, a alturas sobrehumanas o divinas. Tanto más individual será y mayor significación tendrá una obra de arte cuanto más se desvincule del caos individual y se oriente hacia ese orden superior, orden no racional, sino orden de los elementos intrínsecos de la obra entre sí y en relación con la voluntad interior de su creador. Lo infalible es falible y lo falible es infalible.¨
Hélio Oiticica

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