CLINICA DANA ALESSI por Mercedes Castro Corbat

 

Dana y la pared


Para conocer una pared hay que mirarla por un rato.

Pared puede ser fachada, pero parece que a la fachada, en arquitectura, hoy, se la llama piel.

Y  como la piel, una fachada es limite, pero es también nexo.

Ambos son umbral.

DANA viste una pared, como viste un cuerpo. Sus murales tienen esa condición liminal, de esa zona de pasaje, como una puerta de entrada a una zona de ambigüedad en la que algo deja de ser lo que era, para poder potencialmente, transformarse en otra cosa.


Como con el cuerpo, dice Dana,  el mural es algo que viste algo, por eso le gusta hablar del vestir con el paisaje,  creando un nexo entre lo que vemos en esas paredes y los lugares a los que nos transportan estas imágenes de montañas y vientos en las que deseamos habitar. 

Pintadas con colores que pueden haber partido de una foto sacada en un viaje, van de la foto a la pintura, de la pintura, al cuerpo, y del cuerpo, nuevamente a la pintura, y asi, ida en un ida y vuelta sin cesar.

La palabra estático no tiene lugar en este texto.


¿Pero de que se trata esa relación entre la montaña y el mural?

Para conocer una montaña hay que recorrerla, caminarla por un rato, con los ojos, con los pies, con el deseo.

Una montaña, en su categoria inerte, exige de forma imperativa iniciar un movimiento. Ese movimiento que estuvo presente en su origen, en ese choque entre las placas, en la colisión frontal que produjo esos pliegues que hoy llamamos montañas.


Dana descarga en el extensor y en el rodillo el color y con movimientos coreográficos fondea esa piel, toda de gris, cambia de mano, derecha e izquierda, izquierda derecha y la pared va mutando, y no solo la pared.

Esa energía se traduce en esa danza corporal que acompaña al cuerpo y que se camufla en la pintura.

Dana tiene agencia, esa coreografía ensayada e improvisada puesta en marcha, no deja de sorprenderla.

Como un pincel, su cuerpo es una herramienta con superpoderes.

Y cuando pinta sus murales en la calle, ella los llama talismanes, escudos que la protegen, la absorben y  la transforman.


Para conocer una montaña hay que recorrerla, y asi como en ese desplazamiento vamos juntando fragmentos para conformar una totalidad, por azar y funcionalidad, los paneles del taller mecanico nos devuelven esa  posibilidad de reconstruir de forma azarosa y fragmentada ese paisaje ventoso.

Y asi como el pliegue estaba en el origen de las montañas, tambien lo está en las pinturas de Dana, pliegue y contrapliegue.


Y todo ese movimiento, esa agencia, ese ser testigo de todo lo que pasa en una calle, se traduce en lo que Dana llama “intensidad muralistica”. 

Porque como decia antes, la pared va mutando, y va dejando ver el paso del tiempo que se ve en las pinturas que se van erosionando, rancheando, mutando. 

El agente de cambio es el amor y el color, pero no solo la pared  muta y se renueva cada vez que Dana ensaya su coreografia en un paisaje, en una piel. Pintar siempre la hace sentirse bien. Conectarse con ese momento. Calmarse. 

Es por eso que no deja de sorprenderla una y otra vez la infalibilidad de ese proceso garantizado de mutacion y renovación devenido ritual.


Mercedes Castro Corbat

3 Agosto 2021



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