Clinica Nasa Mastronardi por Flor Bruno




Una rama se dispone endeble en su presente. El cuerpo de una planta puede también no ser reconocible. Si un pequeño tallo hablara del día en que fue arrancado, aplastado, y ocultado dentro de un libro, probablemente lloraría y pediría recomponer su historia. Las flores son hermosas porque podemos verlas, tocarlas, y amarlas incluso cuando se secan. Y en ese momento frágil, despojadas de vida, aún así apreciamos su belleza. La belleza de un cuerpo quebrado, que perdió su origen, pero persiste en esencia. 
En el juego del científico, gana lo volcado por accidente; hasta el lugar más frívolo puede tener algo de intuición. Cuando confiamos, y nuestras manos simulan actuar sin decisión, damos paso a un deseo oculto. Al tallo que busca hablar, pero convirtió su forma en un halo de agua blanca. Canilla, tetera, tarro. El agua blanca destiñe, y en su corroer también hace aparecer. Ambigua por su contradicción, se ríe y hace lo que quiere. Le pedimos y hace lo que quiere. Nos comprometemos con ella, y hace lo que quiere. Y porque hace lo que quiere, porque es infiel, habilita cada vez una imagen impredecible. La que no estamos buscando, y por eso resulta tan deseable. 
Un dibujo de luz desprende sus líneas hermanas, que se despliegan y bailan en conjunto. Se enrollan, se meten hacia adentro, o se disfrazan de referencia. Se visten de fuego, de copa; se espejan, y al verse reflexionan sobre sí mismas. Las rebeldes se adiestran y las adiestradas se rebelan. Un frente y un revés, al mismo tiempo. 
Ciega, en cuatro patas, eligiendo caprichosa – y no tan caprichosamente- unos pares de recortes a tientas, Nazarena busca, espera y rescata. Los enteros siempre pierden una parte, la que se somete a prueba, la primera en tener la cita con el químico, pasarse de sustancia, y terminar en la ducha. Sin ella, nada de esto sería posible.



 

Comentarios

Entradas populares