Ea Filippi por Juliana Turull



Fui a encontrarme con Ea para charlar acerca de su obra.
Llegué a un taller en la calle Bravard que me hizo pensar por alguna razón en un elefante, algo de unos cuentos de cuando era chica.
Entramos juntas a un lugar muy grande, con muchos ambientes y unos techos altos, me cuenta Ea que es un teatro que se alquila con diversos propósitos y pienso qué bueno tener un taller acá, aunque no imaginaba dónde estaría la habitación que ella llamaba “mi cueva”.
Seguimos andando hasta llegar a una escalerita angosta que nos llevaba más allá de una cortina plástica y detrás.... un universo de pequeñas casitas en una terraza se abrió ante mis ojos.
Cuartitos alineados como una pequeña vecindad de cuentos oculta de la ciudad y ahí, en uno de ellos, Ea trabaja.
Me presenta su lugar y me ofrece un mate. Veo que está terminando de pintar unos muñecos muy reconocibles de una famosa marca de ropa y le pregunto, o ella me cuenta, que ese era su trabajo hasta hace muy poco cuando -por suerte- dice ella (y por suerte! pienso yo) dejó de hacerlos por un desacuerdo laboral y eso desencadenó en su actual obra-ocupacón-negocio: sus remeras pintadas.
Miro alrededor y veo una de mangas largas vistiendo un cartón, con unas naves comandadas por un conejo esténcil y una serpiente de marcador.... Un poco más allá hay peces saliendo de algún tipo de espacio sideral donde está el mismo conejo de recién con un perro o una jirafa.
Peces, conejos y jirafa de colores plenos, nadan o vuelan o retozan entre líneas hechas de marcador y planos de pintura para tela.
En otra hay un pájaro bordado, está en la parte de atrás.
Ella me cuenta que se cuenta historias para sentarse a trabajar y yo trato de verlas todas: son tantas, no quiero perderme ninguna. Habla del trabajo en serie, de la estampa, del sello en algún caso, de la obra que se sale de una remera a otra y después a un cuaderno y a unos retazos que si se estiran pueden seguir en la pared.
Esto es algo nuevo para ella y yo pienso que creí que era de toda su vida. Fue lo primero que vi cuando conocí a Ea, una de sus remeras y pensé “debe ser famosa por esto”.
Sus dibujos bailan al compás de un cuento infantil de temas lúgubres (hay muerte y gusanos!) y una ilustración hecha serie y así compás. Le gustan los encargos de niños que pueden jugar a mezclar robots con bosques y animales. Porque a Ea parece que también le gusta su bosque en mar del plata y su perro de cuando era chica que derivó en alguna especie de oso simpaticón (aún con los gusanos y la muerte).
Así, en su nave espacial de telas, etiquetas con talles y unas bolsitas preciosas llenas de peces y un gato (que ahora que pienso tal vez se los quiera comer) dejo a Ea y me voy pensando qué lindo tener una cueva en un bosque en medio de una ciudad...







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