Clínica de Obra: Andrés Alvez

Con la pintura vimos por primera vez nuestros gestos reconociendonos ante el reflejo de lo propiamente humano. Nuestros gestos necesarios, útiles, cotidianos o aquellos que repetimos, como nuestros gestos sagrados. 

Reconocerse a uno mismo en las manos pintadas de las cuevas prehistoricas. 

La fotografia y el cine se apropiaron luego del recorte de la realidad, el punto de vista, el lugar de la mirada original, acompañando el ritmo de los tiempos y las cosas. La velocidad, lo inmediato, el estimulo sin cesar.
Ahora donde todo lo que nos rodea nos grita en los ojos. Donde toda imagen fue pensada para interpelarte, para que elijas, Andrés Alvez parece poder detenerse en la inmensidad estridente y tomar una posición. Construye su bastidor como el espacio de su revolución, estira la tela y decide pintar un gesto. Se detiene sobre un momento, encuadra pequeño y lo hace gigante e intimo y logra con estas decisiones volverse sobre un gesto universal, de todos los hombres y de todas las mujeres. Porque mis manos son tus manos y de toda la humanidad. 

Andrés pone la atención sobre estas manos que deciden no agarrar, que deciden no ser operativas y develar con gratitud eso que contienen. Entre todos los elementos que antes en sus anteriores pinturas volaban desperdigados en un vacio celestial, ahora una nueva mano humana encuentra y elige la serpiente o la víbora misionera, siempre presente, pasado, venenosa de la selva. 
El reptil se pasea por la palma de la mano como un mensaje silencioso, prehistórico, como un recuerdo indeleble, personal, ¿peligroso? que uno se escribe en la palma para tenerlo siempre consigo. 

Francisco  Vazquez Murillo / 
Julio 2015. 

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