Aurora Castillo por Andrés S Alvez

Hay un poder en la montaña.



En el fractal infinito del universo en algún punto se ubica la montaña. Maciza, imponente, inamovible rompe con la quietud del horizonte. Gran madre portadora de vida nos observa infinita, nos invita a entrar y abrazarla. En ella habitan plantas, minerales, animales y millones de organismos. De la bacteria a la roca desprendida por la erosión. Es un planeta en miniatura.
 
Obstáculo o experiencia.
 
Aurora aceptó el llamado de la montaña, luna y serpiente, y cruzó su umbral. De allí obtuvo algo.
 
Estar en contacto con la naturaleza es motivo de celebración. Nos ubica cerca de los dioses. Dios no puede ni debe ser expresado en palabras. El hombre quizá existe para presenciar la maravilla de la creación. De la contemplación y la experiencia se conoce la vida. La montaña es lo genuino y la ciudad es casi una ilusión. La naturaleza es unidad. La montaña es la maestra. 
 
Aurora Castillo volvió de allí y trajo pinturas de tinta china, rocas de yeso, hongos de plastilina. Bosquejos de una montaña-santuario Sintoísta. En esta religión, los santuarios se señalan con un portal torii. Los toriis demarcan el mundo finito del mundo infinito de los dioses.  Los portales están emplazados en espacios abiertos y naturales que suelen tener árboles o rocas. Los santuarios purifican.
 
El humano no aparece en las obras de Aurora. Él se ubica detrás, observa, contempla y experimenta. Rinde homenaje, toma registros, se regocija en la inmensidad. No se busca una explicación, al contemplar se es consciente de estar vivo. No hay necesidad de interpretar sino de experimentar.
 
Sus obras son islas en medio de la ciudad. Aurora edifica portales, instala santuarios montados en papel y nos invita a cruzarlos para celebrar el hecho de estar vivos. 


Andrés S Alvez
Buenos Aires, 22 de junio del 2014

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