Los hongos de Marosa


Era un pan sexual con un pie. Quedaba aceitoso, atrevido, se le amorató la espalda, le ardía el garfio íntimo como si fuera de oro, aunque a la vista sólo parecía un grueso espárrago color de rosa insertado a un hongo.
Ella pensaba huyendo: Ya están poseídas todas las jóvenes de la escuela. ¡Si lo sabré!... A mí, ¿tocará esto?...
Le dio pavor, se enredó en las hierbas y se fue al suelo. El hongo llegaba desfigurado, indeciso. Pero dispuesto al pecado. Y a todo. Decía malas palabras; se le caía un poco de orina plateada, se le rompió un bolsón de semillitas. Dijo: -Oh, que no pierda esto, por Dios.
Apretó otro bolsón que ya se le hinchaba y abría.
Un niño desde las ramas, medio loco, medio perverso, medio adivino, como todos los niños, manejó la honda; que cayó de golpe, y retumbó un minuto.
Vinieron vecinos, los padres de la niña. Decían: -Pero ¿quién lo mató? ¿Éste hongo loco, qué quería? (Miraban a lo lejos, por si viniera otro. Buscaban un palo. Examinaban el cuerpo de la niña.)
-Pero, este hongo… Parece que anduvo… que andaba. Mira sus brazos, sus pies o patas.
-Pero… Si se parece a… El que murió por aquí.
-¿A aquel que murió por aquí…?
-Sí, se parece… Se le parecía.
Y comentaban con un poco de espanto, un poco de risa.

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