Wolfgang / Swarovsky / Spivacow




Wolfgang Tillmans. Es el primer nombre que se me viene a la cabeza cuando veo esta nueva serie de fotos de Diego Spivacow. Pero lo obvio decanta. Entonces me doy cuenta de que hace dos días quiero amigar la palabra SPIVACOW tal como está escrita en el afiche de mayor tamaño que se ve en la muestra, a una famosa firma de joyería. Pero no es Cartier porque la tipografía no se parece nada. ¿Será Swarovsky? ¿Es la w, esa letra misteriosa, lo que me hace irme de tema? Sí, SWAROVSKI. Por eso pensaba en un auto enteramente cubierto con diamantes cuando miraba las obras de Diego. Porque en algún momento, sin quererlo, esa imagen quedó en mi cabeza. Lo mersa, lo que se piensa como glamoroso o de buen gusto, esos son los temas que se juegan en común Diego y Swarovsky. 

Hay una canción famosa que dice algo así como todo lo que una mujer quiere es un diamante.
O un Swarovsky
O un Spivacow
ES importante saber que Diego está a tres materias de terminar la carrera de Historia del Arte en la Universidad de Buenos Aires. Y quiere hablarnos de la historia del arte. En esta serie de imágenes genera una puesta en abismo, un muy bien conocido recurso pictórico y narrativo, utilizando el formato del objeto que fotografía en su propia imagen. Toma para esto el formato "afiche que comprás en la tienda del museo". Esos que tienen al pie el nombre del artista y de la colección (que tiene que ser muy top) y por qué no? a veces algunos hasta te chantan, como un molesto sucio en el vidrio del auto, la firma del artista encima de la imagen del cuadro. Lo que importa acá es el dato, ese dato que forma ya parte de esa imagen. Diego toma el formato en su totalidad: reproducción del cuadro más texto, texto que claramente pone de relieve el status de esa obra, no se trata de cualquier cuadrito. El señor que estuvo viajando por París compra el afiche, con el cartel más grande que encuentra y por si eso fuera poco, cuando llega a su país, lo hace montar con marco plateado.


Es un cuadro de Vincent Van Gogh que llega a un museo por distintos vericuetos históricos relacionados con el patrimonio cultural de un país o quién sabe, con algún favor que la familia Van Gogh tuviese que pagar en lugar del muerto. Ahí un fotógrafo especializado le hace una reproducción que después se convierte en un afiche, en el cual toma mayor relevancia por distintas razones paradigmaticas de una cultura que se regocija en la caratula, el nombre del pintor y la colección a la cual pertenece. La  pintura en sí casi desaparece. Parece que en definitiva, lo más determinante es ese "buen gusto" que puso en juego nuestro comprador de afiches. Lo que quizás en algún momento fue algo glorioso -la reproducción que permitió a millones de personas conocer obras de arte que nunca en su vida podrían haber visto en persona- sufre a los ponchazos los mismo efectos que cualquier producto en este caso cultural.

Falsas colecciones de lugares como Mar Azul o Bahía Blanca albergan las obras de Diego Spivacow, un artista que prefirió poner su nombre real y no uno falso. Será por lo atractiva que es la W?

Malena Pizani
Buenos Aires,  julio de 2012

Comentarios

Entradas populares